Yira que te yira, recorriendo barrios y suburbios, lujosos y austeros, en la plaza, la vereda o en un café, me voy encontrando con gente.
Les pregunto si quieren charlar un rato y les cuento lo que hago.
Muchos me miran con cara de “no, gracias” y otros con cara de “no, gracias” también.
Pero algunos me cuentan su historia, y rodamos su película.
Una charla íntima y en confianza que de vez en cuando se convierte en una sesión de terapia de auto-ayuda.